Durante la visita de la mamá al exterior, hay choques culturales y anécdotas que nos hacen valorar lo que somos y lo que tenemos. Es además una oportunidad para reír y analizar el encuentro de dos culturas, a través de cada suceso que sorprende no solo a quien nos visita. Con la espontaneidad que nos caracteriza, es común que incluso nos veamos ‘pasando penas’, al escuchar a nuestros visitantes compartiendo ‘sin rodeos’ sus choques culturales .
Por ejemplo, un día mi mamá estaba buscando a la persona que estaba en nuestra casa para descubrir que se había ido sin despedirse. Ella se sintió extrañada. Mi hijo le contestó que precisamente no se despiden por educación para no interrumpir lo que estés haciendo. ¿Será que existir es estar ocupado? Contestó.
“¡Todo tan costoso!”
Afortunadamente, lo que gastan nuestros familiares al visitarnos en el extranjero, no disminuye su amor por nosotros, o eso espero. Mi mamá constantemente hace cuentas del costo de lo que ha pagado en el exterior con pesos colombianos, mientras dice “acá la plata de uno no vale nada, menos mal soy pensionada”. Mi niña le contestó: “Te va tocar traerte el supermercado colombiano para mercar acá abuelita”.
Cuando mi cuñado vino a visitarnos junto con mis sobrinos y mi hermana me dijo: “no te quiero sobrecargar con nuestra visita, así que tranquila, yo pago la empleada”. Cuando le dije que una hora de limpieza cuesta en Canadá lo mismo que el día en Colombia, su cara demostró un gran impacto. Fue entonces cuando vi a un ejecutivo colombiano transformado en inmigrante, haciendo diariamente las labores del hogar, incluso durante las vacaciones.
La belleza cuesta
“Me siento descuidada acá” dice mi mamá pensando en que no ha vuelto al salón de belleza. “En Colombia me hacía el ‘manicure’ por 15.000 pesos”. De hecho, en el exterior esto alcanza para las uñas de los dedos meñiques.
Cuando le conté que solo el ‘pedicure’ cuesta 50 dólares, algo así como 150.000 pesos, mi mamá torció los ojos e hizo cuentas: “En Colombia me peinan, depilan, tinturan el cabello, me arreglan los pies y las manos por 60.000 pesos; y a domicilio!”. “La que no debe estar contenta es la estilista”, dijo mi hija.
De hecho, le he puesto la tintura de cabello, arreglado las uñas, ‘eso sí’ de manera muy rápida, pues en el exterior somos ‘toderos’ ocupados. Incluso con un cepillo eléctrico le arreglo el cabello. Ante los resultados de mi debut como estilista, mi mamá está agradecida pero con la sinceridad que la caracteriza dice: “Yo creo que en los países latinos uno vive más sabroso”.
‘Todo en exceso es malo’
El Asombro de la Abuela ante la Tranquilidad
“Todo es tan tranquilo que no se escucha ni el ladrido de un perro” dijo un día la abuela a sus nietos. Ante tanta tranquilidad, respeto por las normas de tráfico, así como la limpieza de las calles y además, el orden, ella se sentía extraña con la carencia de problemas. – visita de la mamá al exterior
Las Casas de ‘Cartón’ en Canadá
Durante la visita de la mamá al exterior, ella encontró una manera de ponerle picante a la vida y encontró un riesgo o peligro del cual protegernos. De hecho, cuando éramos niños, llamábamos a mi mamá “profesión peligro” porque como buena mamá siempre está pendiente de lo que pueda afectar a sus hijos. Lo que me sorprende es que haya logrado encontrar un peligro en Canadá: las casas de cartón o ‘drywall’.
Nos advirtió que“en el exterior las viviendas se incendian muy fácilmente porque están hechas de cartón o ‘drywall’, hay que tener mucho cuidado”, Mi padre, ingeniero, argumentó que: “los costos de concreto y mano de obra en Colombia son menores, y por eso no hay casas de madera y cartón”. Ante lo que ella dijo: “pues en eso estamos más avanzados en los países latinos”.
El Lavadero: Un Recuerdo de Otras Épocas
Un día me preguntó “por qué no hay lavadero?. La visita de la mamá en el exterior nos lleva a recordar esos tiempos en los que contábamos con un lugar de concreto para refregar a mano cualquier prenda con agua helada. Incluso, terminábamos con las manos adoloridas del frío; y hasta se usaba tener que lavar los zapatos en el lavadero como castigo.
También nos recordó el sifón en el patio, que permite lavar hasta las escobas. Le explicamos a la abuelita que si en Canadá hubiera lavadero y sifón, estos vivirían llenos de barro de nieve en el invierno. “Sería pedirle a Dios que quite el invierno y salga el sol todo el año” dijo la niña menor.
La Seguridad en el Exterior: Un Contraste Cultural
Mi madre quedó en shock al ver que no dejo con seguro la puerta del apartamento y no se roban nada. “En Colombia eso no se puede hacer, ni locos”, dice. “Hay que cerrar la puerta con seguro”, ordena durante su visita. A lo que mi hija de ocho años, pensando que hablaba del mismo tema dijo: “mi mami dice que donde se cierra una puerta, otra se abre”. Todos miramos extrañados y luego reímos con la incoherencia.
“Me hace falta el bullicio en las calles”
Parece increíble que nos haga falta el caos, pero es así. De hecho, empecé a poner más música latina, resulté bailando; incluso la presenté e invité a amigos latinos, con quienes hemos escuchado música latina, con tal de que se sienta más en casa. Hemos preparado arepas rellenas, mantecada, y masato, pero ella sigue diciendo: “yo no me hubiera amañado a vivir aquí”.
Mi madre disfruta mucho lo que acá llaman ‘Sunday Coffee’, o Café del Domingo, en el que luego de los oficios religiosos se comparte con los feligreses. Ella valora que la iglesia regale el snack, sin embargo, no le gustó el sabor. En su lugar, toma té en estas reuniones y le cuenta a los asistentes que Colombia tiene el café más suave y delicioso del mundo. Tendré que importarlo, y patrocinar el ‘Sunday Coffee’ para quedar mejor con los comentarios”.
Por otro lado, cuando la llevé a un centro comercial en Vancouver para que viera más gente, mi madre notó que el ambiente se sentía diferente, menos tranquilo que en nuestra zona. Allí, teníamos que estar más atentos al bolso y a los niños. Fue entonces cuando comenzó a reflexionar y comentó que en Colombia había algo especial que te hacía sentir contento. «No es la cantidad de personas, es otra cosa», dijo.
Fue entonces cuando mis hijos -canadienses- dijeron sus hipótesis del por qué se siente feliz en su país: En Colombia las calles se alegran de repente con la aparición de bailarines malabaristas, mientras el semáforo está en rojo. Mi hijo pensó: es por la espontaneidad de la gente, como cuando fue posible jugar un partido fútbol con desconocidos, sin haberlo planeado y sin pagar por ello”. “Es el bon bon boom” dijo mi hija.
El espacio personal y la cercanía
Mi madre, latina, muy cariñosa, mientras hacíamos la fila para pagar en el supermercado, le sonrió a un niño: “mira que lindo ese niño, que belleza”. Ella no estaba tan cerca; sin embargo, la mamá canadiense le dijo en inglés que el niño no estaba habituado a que le hablaran a una distancia tan corta. Mi mami no entendió una sola palabra hasta que le traduje el mensaje.
¡Impactada, frunció el ceño y más aún cuando supo que los canadienses mantienen un mínimo de dieciséis centímetros de distancia entre ellos! Ella contestó: “ni que estuviéramos todavía en pandemia”. Yo ‘me morí de la risa’, con su comentario, y le conté que aún me molesta cuando me dicen perdón, por el simple hecho de que pasen por mi lado, o de caminar hacia atrás cuando les estoy hablando.
Ciertamente, venimos del segundo país más poblado de América del Sur. “Los canadienses se mueren en el Transmilenio entonces”, dijo mi mami. Este es un bus del que solía decir que no se compraba un pasaje, sino un masaje; tan lleno de gente que lo llaman “El Transmilleno”. Lo cierto es que mi mami piensa que en lugar de tanta distancia social, los latinos somos cálidos, no tenemos tanta distancia física, damos un abrazo sin problema, y hasta por mensaje de texto.
El manejo del tiempo
En Colombia, el “ahorita” puede significar cualquier cosa, desde “en este momento” hasta “quizás mañana, o nunca”. Contrariamente, en Canadá el tiempo es oro. Si quedas a las 5:00 p.m., ¡tienes que estar a las 5:00 p.m. en punto!
Incluso nos intriga con mi mami que hay negocios que funcionan solo medio tiempo y atienden exacto a la hora indicada. “En Colombia se mueren de hambre, pero me gusta más porque uno puede llegar sin cita y antes le ofrecen tinto” dice.
Los atuendos de otras culturas
Mi mamá y yo estábamos de compras cuando me dijo preocupada: “hija mira esa señora totalmente tapada, por qué está así”. Yo le contesté: “mami es el vestido de su cultura, Afganistán” y me la llevé para otro pasillo. Ella me miraba totalmente desconcertada e incluso asustada ante la novedad. Es común que los padres cometan errores al pronunciar otros idiomas, por ejemplo, mi mami para decir heaven, dice Kevin.
También al viajar actualizan sus conocimientos en historia. Un día vio a un señor con turbante, prenda que ella pensaba que ya no existía.
La elegancia de las mujeres latinas
Mi mamá me acompañó al banco, en el que nos atendió un hispano, quien mencionó que le había impresionado lo bien vestida que se ve la gente en Colombia. A lo que mi ella inmediatamente dijo con voz airada: ¿cierto? Y empezó a desahogarse. “Acá no se arreglan”. Yo miraba a todos lados con preocupación de que “las paredes tuvieran oídos”, y rogaba en mi mente que no se apareciera la gerente del banco, que va a trabajar incluso en camiseta.
Comida internacional
Mientras que en Colombia la comida cambia en cada región, en los países poblados de inmigrantes se consigue todo tipo de platos multiculturales. Ella estaba interesada en deleitar el paladar; sin embargo, en la visita de la mamá al exterior, los choques culturales y gastronómicos pueden ser el pan de cada día.
Cuando mi madre fue al mercado chino y vio los cangrejos vivos, tuvo una súbita pérdida del apetito, aunque disfrutó mucho ver los cultivos alterados de pepino y coliflor, que dan como resultado unas verduras gigantes. Ella reflexiona que tener una visa de turismo en Canadá, es como tener al mismo tiempo un pasaporte para conocer el mundo, ya que en este país hay una gran presencia de otras culturas, no solo la canadiense.
Es más, con mi mami asumimos que habíamos descubierto la razón por la cual muchos asiáticos son delgados, pues al comer solamente estas verduras tan grandes, posiblemente ya quedarían satisfechos. Yo ante un brócoli gigante, le dije: “mira mami estas flores para ti”, lo cual ella recibió con sorpresa y carcajadas.
Valores y tradiciones
La visita de la mamá al exterior trae innumerables ventajas. Sus conversaciones llenas de dichos populares y sabiduría van desarrollando no solo el español de los niños, sino el hábito de ‘echar carreta’, así como lo hace la abuela. Además, sus nietas se han vuelto más femeninas con los ‘piropos’ de la abuelita y ahora hasta juegan al Reinado Nacional de la Belleza.
De hecho, esas costumbres son las que hacen que nuestras madres sean parte la voz de nuestra conciencia, capaz de regañar con recordatorios: “no has vuelto a llamar a la amiga que te ayudó”, me dice mi mami. Incluso le trajo regalos a quienes me hacen el bien y en señal de justicia, se ha mostrado seria con quien no me respeta. Es como si hubiera llegado el juicio final en persona.
En conclusión, disfrutamos la visita de la matrona de la familia, porque nos ama como somos. Sus imprudencias son en realidad, la seguridad de ser ellas mismas. Al emigrar y estar solos creemos que tenemos amigos. Sin embargo, nuestras madres ya maduras y sabias, no se preocupan por darle gusto a todos los oídos, ni idealizan ningún lugar ni persona, pues como dice mi madre: “se necesitan días malos para saber quién es amigo, lo demás sobra”.
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