En ninguna otra ciudad de Estados Unidos se vivió la pandemia por el Covid-19 (al menos el inicio de esta) con la intensidad y angustia que se vivió en Nueva York. Fueron meses de incertidumbre, todos confinados en una ciudad donde el espacio es un lujo, y donde convergen etnias, orígenes y culturas de todo el mundo, todos buscando algún alivio o alguna forma de sentirse cerca de casa en medio de planes frustrados y tristezas. Para Stephanie Bonnin, la cuarentena fue una oportunidad de poner en marcha una idea que extendía una de sus premisas favoritas: que cocinar es un acto de amor. Fue así como su emprendimiento, La Tropi-Kitchen, pasó de organizar pequeñas cenas en su apartamento de Brooklyn a vender tamales, pasteles, enyucados y patillazos desde la ventana a todos los comensales que quisieran probar, por un momento, un mordisco del Caribe.
La idea fue increíblemente exitosa, y llamó la atención de medios de comunicación locales e internacionales. Pero para esta barranquillera fue solo uno de los muchos pasos que ha tomado en el camino por convertir su amor por la cocina en un proyecto que no solo beneficie a su talento sino también se ocupe de contar la tradición gastronómica colombiana y de darle a sus hacedores y protagonistas la importancia que merecen.
Contrario a lo que uno podría pensar al probar sus platos (que vienen perfectamente empacados y con una presentación de gran calidad), Stephanie no tuvo ninguna educación formal en la cocina, al menos no cuando inició esta aventura. “Yo no te puedo decir nisiquiera que vengo de una familia donde había extremadamente buenas cocineras. Pero me gradué del colegio en 2003 y sabes que en ese momento una carrera de las artes no era una opción, así que estudié derecho, pero la cocina fue lo que siempre me gustó. Recuerdo que iba con mi abuela a hacer mercado, me metía a la cocina con la señora que cocinaba en mi casa”, recuerda, contando también que la mezcla de culturas en su hogar (nació en Barranquilla pero su familia es paisa) contribuyó a que hubiera una diversidad de sabores en su mesa. Pero no fue hasta llegar a Nueva York que sintió que lo que quería hacer realmente tomaba forma en su cabeza.
“Mudarme a Estados Unidos a pensar cuál era mi lugar en el mundo fue un vehículo súper importante para entender quién era y de dónde venía. La cocina y comer siempre han sido muy importantes para mi, y ese era el lado por el que iba a halar siempre que me sintiera nostálgica, entonces empecé a explorar las recetas, a hacer llamadas a personas que conocía sobre cómo hacer una cosa y la otra. Uno siempre se está tratando de reinventar en los espacios para recordar de dónde uno es, y así fue como empezó La Tropi-Kitchen”, cuenta Stephanie.
Aprendió a cocinar por sí misma, haciendo uso de la gente que conocía, la información que podía encontrar, y por eso mismo se dio cuenta de que no hay mucha información variada y disponible sobre cocina colombiana en Internet, o haciendo viajes a Colombia para conocer de primera mano las técnicas que en los pueblos tradicionales del país se pasan muchas veces a través de la tradición oral. También trabajó en cocinas en restaurantes como el prestigioso Cosme, en Manhattan, porque está convencida de que la habilidad para cocinar es un músculo que debe ejercitarse. “Eres mejor cocinero en la medida que más cocines. La abuela cocina delicioso porque tiene toda la vida cocinando”, afirma, y entre un plato y otro, allí en la cocina también aprendió que quienes hacen cocina latinoamericana tienen una labor muy importante de darle altura e importancia a su propio producto. Que no tiene que ser barato, ni callejero, que algo típico como un tamal, puede prepararse con ingredientes de gran calidad y merece un precio acorde a esa calidad.
“Yo empecé vendiendo mis tamales a domicilio, lo romanticé un montón, y el primer impacto de esto fue la gente de tu propio país diciéndome que estaba caro. Pero me mantuve, con un tamal de maíz real, bien hecho, con ingredientes de primera. La comida que yo he decidido hacer es de respeto: respeto a la cocina, a la tradición, respeto al producto y respeto al cliente”, afirma, y el tiempo le dio la razón. Después de estar en escenas de la comida callejera como Smorgasburg, en Brooklyn, se fue nuevamente a Colombia a seguir investigando y sumergiéndose en la tradición culinaria, y entonces volvió con la idea de hacer de esto toda una experiencia: organizaba pequeñas cenas en donde había 16 comensales, cada una con una temática de un pueblo de Colombia, y con ellos organizaba desde la comida hasta la música. En medio de la pandemia, decidió volver a los tamales y a otras recetas que se cruzaron por su cabeza, y que fueron un éxito desde su ventana en el verano neoyorquino. Tamales, patillazos, bollos de yuca con queso… todos despachados por su creadora y esposo Pablo, en un rincón que además se convirtió en una red que conectó a los nacidos en el caribe regados por la Gran Manzana.
De esa forma de reinventarse, de la que ya habíamos hablado en Vínculos, llegó un reconocimiento y una atención muy merecida para Stephanie. Al cubrimiento de sus cenas por parte del New York Times le siguieron otros medios de comunicación que la han ayudado a expandir su plataforma y a romper un poco con el paradigma norteamericano de que la cocina latina es homogénea y limitada. Todo gracias a su talento, y una dosis de buena energía. “Yo nunca he llamado a nadie ni he pedido atención, yo soy yo, una persona enamorada de la vida, que trata de vivir bajo las reglas del respeto colectivo”.
La labor de devolver
Y es precisamente ese respeto, por los demás y por sus tradiciones, que ha convertido a La Tropi-Kitchen en proyecto que además de cocinar, busca replicar la tradición popular colombiana que por mucho tiempo se ha olvidado, y también darles a sus creadoras, a las verdaderas hacedoras de la tradición gastronómica el lugar que se merecen. Durante la pandemia, muchos cocinas tradicionales colombianas sufrieron por la imposibilidad de ejercer su actividad económica, y ella lo sabía porque trata de mantenerse en contacto con ellas. “Yo no me sentía bien vendiendo tamales, haciéndolos en mi casa cómoda y que no pasara nada con las demás. Ahí es donde radica el privilegio: la diferencia mía con Claudia, la mujer que me enseñó a hacer pasteles y que se trasnochaba con ellos es que yo hablo en inglés, los vendo Brooklyn y me los pagan a 15 dólares. A ellas se los pagan a 12 mil pesos y regateados. Entonces yo no puedo ser ajena a esa situación”. Por eso, entre los planes a futuro de La Tropi-Kitchen hay una expansión de su tienda, donde ya pueden conseguirse algunos artículos, pero que en el futuro incluirá artesanías de los distintos lugares recorridos y las tradicionales ollas de barro, que además de ser resistentes son 100% colombianas y no tóxicas.
Por ahora, la cocina de Nueva York está cerrada, mientras Stephanie Bonnin recorre Colombia buscando nuevos sabores e ideas. Pero con seguridad sabremos más de ella y su proyecto, que promete poner muy en alto el nombre de la cocina colombiana en el lugar más diverso del mundo.