Mamá cansada: de culpas y otras cuestiones culturales.

Publicado por Manuela Osorio | marzo 19, 2020 | Consejos útiles
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Era el segundo día de sesión de ‘Historia de un matrimonio’, la película de la que todos hablaban (que levanten la mano los papás que ven películas partidas en varios días). Nuestra Julieta, de 6 meses por aquel entonces, estaba triunfalmente bañada, alimentada y dormida a las 10 de la noche. Montamos el cine en la sala y ahí estaba yo; pedazo de pizza (hecha por papá) en mano derecha, y copa de vino tinto (comprado por papá) en mano izquierda, cuando llegó esa escena reveladora que echó luz sobre mis culpas y encierros lacrimosos en el baño. (Spoiler alert para el que no haya visto la película)

Nicole (Scarlett Johansson) está en la oficina de su abogada Nora Fanshaw (Laura Dern), preparándose para las posibles preguntas que pueden surgir en el juicio de la custodia Henry, su hijo con Charlie (Adam Driver), y es algo así como: “Sí, me tomo una copa de vino con la cena… A veces más… Sí, probé las drogas en la universidad pero no lo hago regularmente… ¿Desde que soy madre? Bueno, marihuana algunas veces… Una vez cocaína, en una fiesta. ¡Pero no estaba con Henry!… ¿Mis fortalezas como madre? Escucho, juego, me encanta cuidarlo, verlo crecer, y eso que dicen de que los hijos crecen rápido, a veces es cierto, pero otras veces no, otras veces crecen muuuy lento… ¿Mis debilidades?… Bueno, a veces puede ser un estúpido, me saca de quicio y lo reto por ser un estúpido” Y aquí es donde la cosa se pone buena: Nora le dice “para ahí” y nos explica a todas las madres la razón fundamental de que la mitad del tiempo nos estemos sintiendo como ‘malas madres’. 

Nora: “La sociedad no acepta una madre que bebe mucho vino, grita a sus hijos o los llama ‘estúpidos’. Te entiendo, yo también lo hago. Podemos aceptar un padre imperfecto, eso sí; admitámoslo: el concepto del ‘buen padre’ se inventó hace apenas 30 años. Antes de eso, se esperaba que el padre fuera silencioso, ausente, poco confiable y egoísta… Y todos decimos que queremos que eso cambie, pero, básicamente, lo aceptamos. Los amamos por sus ‘falibilidades’, pero la gente no admite en absoluto esas mismas equivocaciones en una madre; no lo aceptamos estructural ni espiritualmente, porque la base de ese ‘blablabla’ judeocristiano es María, la madre de Jesús, y ella es perfecta. Es una virgen que da a luz, no titubea en apoyar a su hijo y sostiene su cadáver cuando él muere. ¡Y el papá no está ahí! Ni siquiera vino a coger. Dios está en el cielo. Dios es el padre y Dios no apareció. Así que tú debes ser perfecta y Charlie puede ser una mierda, y eso no importa”. Y así fue como Laura Dern se ganó un Óscar. 

Viñeta de @maitenaburunda

Yo, la malamadre sorbiendo la copa de vino, y de ojo aguado, me preguntaba cómo entonces las mujeres de mi generación, a las que nos tocaron padres un poco más ‘comprometidos’ con la causa, y que nos buscamos maridos esencialmente feministas -que juegan, cambian pañales, madrugan para que nosotras descansemos, limpian la casa, cocinan y no esperan que les demos un trofeo porque saben que esa es su responsabilidad- nos seguimos sintiendo tan culpables. Por qué, incluso si tenemos amigos y familiares que nos ayudan y nos cuidan; por qué si nos animan a darnos una noche libre y salir a un concierto, un masaje, una cena… ¿Será que siglos y siglos de presión cultural sobre lo que significa ser madre nos cambiaron la genética?, ¿llevamos la culpa en el ADN? 

Una búsqueda rápida en la web me demostró lo que ya intuía: que no estoy sola. Que no lo estamos, queridas madres millennials, ¡incluso tenemos clubs! El tema es tan recurrente y puede llegar a ser tan nocivo si se encona en soledad, que desde hace ya unos años unas valientes empezaron a airearlo: cómicas, ilustradoras, actrices, escritoras, blogueras y twitteras se hartaron de revolver ese nudo en el pecho y gritaron en sus libros, sus sketches y sus cuentas en el ciberespacio: sí, sí, muy bonito lo de la maternidad, pero también es lo más difícil que he hecho en mi vida. Es tan difícil que a veces siento que me estoy volviendo loca. Es tan difícil que me encierro a llorar en el baño de la casa/oficina/restaurante/. Es tan difícil que, a veces, a pesar de amar a mis hijos con todo el corazón, me es inevitable pensar ¡¿‘En qué me metiiií’?!

 Del Instagram de @malasmadres

Si felicity Hoffman se atrevió, yo también me subo al pelotón 

Vale, vale, el texto es mío, pero es más o menos todo lo que ellas pensaron y siguen diciendo. Por ejemplo, a Felicity Hoffman la honestidad hizo que le dieran el rol de Lynette Scavo en ‘Desperate Housewives’ cuando llegó a la audición hecha un desastre y agotada, en un señor aguacero y después de dejar a sus dos hijas pequeñas gritando en la bañera. Llegado el momento le preguntaron sobre sus sentimientos acerca de la maternidad, ella respondió sin ningún filtro: “es muy difícil y estoy perdiendo la cabeza”, en vez del manoseado “es lo mejor que te puede pasar en la vida”. Inmediatamente se arrepintió porque las miradas de horror que recibió la hicieron sentir vergüenza, remordimiento y humillación, como si hubiera dicho “que comía bebés”. Pero le dieron el rol. 

En Nueve lunas, la periodista y escritora peruana Gabriela Wiener retrató su propio embarazo de la manera más cruda y libre de los tópicos tiernos que se asocian con la gestación. Nueve lunas habla “de las oscuridades de las que no nos gusta hablar»: vómitos, incordios, sexo incómodo, la ‘maldad maternal’ o los miedos. También está lleno de descripciones fisiológicas, y dice sin pudor lo que nunca sale en la televisión ni en los comerciales: “por lo pronto la maternidad te convierte en un saco de gases. No hay ni pizca de poesía en ello”.

En una entrevista sobre el libro le preguntan si cree que el exceso de información puede provocar más depresiones durante el embarazo y ella responde: “Si estás bien informada estarás mejor. Lo malo es el bombardeo que hay, desde el consejero a la comadrona, la madre, la amiga, la suegra… La cantidad de voces que tienes que oír. Todo el mundo te pide que te posiciones, que elijas una cosa o la otra y para una embarazada es psicótico. Acabas sintiéndote muy sola”. Y al elegir, indefectiblemente descartas una opción y probablemente te preguntas si la estás cagando: el origen de la culpa. 

Esa respuesta me removió recuerdos y me llevó a una de las primeras fuentes de culpa de mi propia maternidad: la epidural. Por un lado, en las clases prenatales en España, se defendía la anestesia a capa y espada: “Vamos a ver, levanten la mano cuántas dicen que quieren un parto natural… y que van a ser las primeras en pedir a gritos la epidural jajaja”, dijo una de las matronas en la tercera o cuarta sesión. Naturalmente, después de esa risita burlona, nadie se atrevió a alzar la mano, ni a preguntar por los pros y contras de una opción u otra, ni a tener una conversación abierta y neutral sobre un tema tan controvertido. Todo mal. 

Por otro lado, en una visita a Colombia, la primera vez que me atreví a decir en alto que yo la consideraba una opción, un amigo del sexo masculino no dudó en mansplicarme el grave error en el que estaba cayendo, porque “¿Cómo es posible que el pelao nazca drogado? ¡No!, confíe en su cuerpo, usted es una berraca y su cuerpo está diseñado para aguantar el dolor, ¡eso es parte de la maternidad! Bonito… ”. Un ser que nunca jamás en su vida ha tenido un dolor de ovarios, señoras y señores. Todo MAL.  

 Del Instagram de @malasmadres

Esas mismas contradicciones nos las encontramos (y seguimos encontrando) con todo lo relacionado al embarazo, parto, puerperio, lactancia y crianza: parto en la casa (más respetado) versus parto en el hospital (más seguro), pañales de tela (más ecológicos) versus pañales desechables (más prácticos), no comer jamón en el embarazo (¡peligro de toxoplasmosis!) versus comerlo (“¡No pasa nada! Eso hace 20 años ni lo decían”), no acercarme a los gatos porque no pasé la prueba de toxoplasmosis (lo más sensato, lo más responsable) versus no hacer caso a los médicos (“zalamera, exagerada, ¡¡¡cárguelo!!! No pasa nada”). Que la cuna de colecho, que el moisés de toda la vida, que la metas a la guarde y te busques un trabajo, que aproveches que no tienes trabajo y te dediques a ser mamá en exclusiva, que a los bebés no les puede dar el sol, que los niños necesitan sol y aire, que si le compras cuna o camita montessori, que si le das papillas o mejor trozos de comida con el método Baby Led Weaning… Cada causa con sus defensores radicales en ambos bandos

¡Y ni hablar de la lactancia! Porque en ese tema o se es “calvo o con tres pelucas” (del refranero español) y cada decisión viene cargada con sus propias culpas: querer dar la teta, no querer dar la teta y ser juzgada por ello, no poder dar la teta y sentirse mal por ello… En este extremo los exponentes del “ríndete, dale fórmula. ¿No ves que no te sale leche, que tu leche es mala, cómo vas a hacer cuando vuelvas al trabajo?, se te va desnutrir”; y en este otro, los optimistas: “ofrécele a demanda. Todas tenemos leche suficiente. La naturaleza es sabia. Confía en tu cuerpo. No te dejes vencer. La vaca es el enemigo. El tetero es el enemigo. Amamantar es placentero”. 

Y sí, la leche materna es el mejor alimento para un bebé y deberían existir políticas públicas y laborales y educación social para que esto sea posible, pero NO siempre es placentero (hablemos de pezones agrietados y sangrantes), NO siempre es fácil y NO siempre es posible. Menos presión social, más empatía, por favor. En su relato, La cruzada de la leche, Margarita García Robayo lo explica con una claridad de Pulitzer. Por favor léanlo, madres y padres de facto y en potencia.

El club de las malasmadres

 Laura Baena es mi pastor, nada me falta. Del Instagram de @malasmadres

Malamadre: Del lat. malusmater, -tris

Aquella que rompe con el mito de la madre perfecta, se sacude el sentimiento de culpa y lucha por una sociedad en igualdad.

Después del caos, el estrés y las noches sin dormir, di un día con el Club de las Malasmadres y la historia de Laura Baena, su creadora. En una charla TED Laura explica cómo era mejor madre antes de serlo: todo le vendría por ciencia infusa, aprendería a cocinar, a bordar y, por supuesto, tendría siempre lista una tarta de frambuesas para su familia. Pero la maternidad le llegó con una mochila cargada de culpa, de dudas infinitas y miedos incontrolables. Ella realmente trató de ser la superwoman que la sociedad espera; volvió a su trabajo en una agencia de publicidad y trató de hacerlo todo a la perfección hasta que se dio cuenta de que la conciliación, esa utopía de balancear la vida familiar y la laboral, es eso, un proyecto irrealizable. 

No era la madre perfecta que todos esperaban que fuera y, sobre todo, no era la madre que ella misma esperaba ser. El 15 de noviembre de 2014, se declaró oficialmente malamadre en una cuenta de Twitter y a las diez de la noche lanzó un trino: “¿Cual es tu mérito de malamadre?, ¿Por qué te canonizarían como Malamadre? #soymalamadre” Ese fue el inicio de un movimiento social al que se unieron miles de mujeres que sienten que es necesario desmitificar la maternidad; madres que no renuncian a ver crecer a sus hijos pero tampoco a su carrera profesional ni a su identidad como mujeres. Su objetivo es visibilizar con humor todas esas situaciones que generan estrés y culpa, romper los tabúes alrededor de los sentimientos de agobio y cansancio que vienen con la maternidad; y hablar de la sobrecarga emocional, física y social que genera ser una mamá trabajadora en estos tiempos. En contraposición a las imágenes idealizadas de la maternidad que se lanzan desde los medios y la publicidad, las que nos declaramos malasmadres hablamos sin tapujos y nos retratamos sin filtros. 

Mamás cansadas, mamás desbordadas, ¡mamás mamadas!

Del Instagram de @malasmadres

El quid de la cuestión en todo esto del agobio maternal (y paternal, sí, pero ese tema se lo dejo a otro) es la falta de descanso. La cruda verdad es que se duerme mal, se duerme a ratos, el sueño es superficial y nos despertamos con el primer ruido. En otros casos también nos desvelamos dándole vueltas a las tareas pendientes (que nunca acaban), las dudas, los miedos y -¡cómo no!- las culpas. No lo pensamos mucho porque se supone que esto viene en el pack de la maternidad, pero la falta de descanso influye en la salud, baja las defensas y genera sentimientos de tristeza, apatía e incluso depresión. Este video sobre cómo descansar tras la maternidad es un buen punto de partida para empezar a tomarnos más en serio el tema del autocuidado, porque no podemos ser buenos cuidadores y cuidadoras si nos descuidamos a nosotros mismos. 

Por eso no hay que sentir culpa por querer esos espacios para nosotras: darnos un masaje, salir a caminar, ir a cenar con nuestras parejas, o al cine con amigos. No hay nada de malo en dejar a los bebés con sus abuelos, sus tíos o una niñera para tomarnos unos vinos, leer un libro, ver una serie sin interrupciones, ponernos al día con trabajos pendientes o dormir, simplemente dormir. Luchar contra esos sentimientos de que no lo estamos haciendo bien no es fácil, pero hay que empezar por airearlos y quitarles la criptonita. 

Del Instagram de @malasmadres

Empiezo yo. Mi propia mochilita de culpas incluye, pero no se limita, a: querer dormir más y mejor; querer irme de fiesta como en los viejos tiempos, esos días en los que no tengo ganas de jugar, o ese reciente en el que no me contuve y me puse a llorar enfrente de ella; no aprovechar al máximo sus ‘etapas críticas de desarrollo’ (como quien dice que si no le hemos comprado cubos de madera, nunca va a aprender realmente la lógica matemática.. Sí, ¡así de locas son las culpas!); las veces que no le damos comida ecológica, darle un tete de leche de fórmula de vez en cuando a pesar de mi “excelente producción”, quedarme 5 minutos de más en el baño jugando June’s Journey, tener la casa hecha un desastre, dejarle a papá casi toda la limpieza de la casa, aceptar que los abuelos y la tía me la quiten de las manos varias horas a la semana, añorar esos momentos en los que me sentía simplemente una periodista/viajera-de-paso/mochilera/mujer sin la etiqueta de mamá. Y así.

Y sin embargo, ya no me es posible imaginar una vida sin Julieta, un apartamento sin juguetes por todos lados, una cocina sin teteros, una basura sin pañales, una noche sin desvelos y una mañana sin risas desdentadas, carcajadas, balbuceos nuevos y bailecitos, porque la mía es una loca bailarina. Y ustedes queridas madres, ¿contra qué culpas luchan? 

 

Escrito por: Manuela Osorio Pineda.

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Sobre el autor
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Manuela Osorio
Manuela es Comunicadora Social y Periodista de la Universidad de Manizales y tiene un máster en Economía Creativa, Gestión Cultural y Desarrollo de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Ha vivido y trabajado en Estados Unidos, India y Reino Unido. Hoy se dedica a la creación de estrategias digitales para empresas y contenidos para medios digitales e impresos, desde España.

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