Los colombianos que vivimos en el exterior (o que la pandemia nos agarró viajando) no podemos volver con facilidad a Colombia. Para algunos, la decisión de volver es una decisión difícil, por lo que quise compartir esta historia con la comunidad, la historia del regreso de una compatriota que se encontraba viviendo en Puebla, México, y regresó el pasado 31 de mayo de 2020 a Colombia en uno de los llamados “vuelos humanitarios”.
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Soy Lina C., fisioterapeuta colombiana, auditora en salud y estudiante de maestría en México. Hace unos años decidí dejar mi país con el fin de tener otra experiencia laboral y estudiar. México es un referente en posgrados y se me presentó la oportunidad de una beca, así que tomé mis maletas, abracé a mis padres y decidí partir.
Todo iba bien el trabajo era estable y, aunque no era el mejor, tuve compañeros que hacían cada día más llevadero. Así, vivía una vida normal al lado de mi pareja y dos gatos (Bellatrix y Sirius) que adopté y se volvieron mis mejores aliados cuando te da la tristeza de estar lejos o simplemente anhelas el calor de casa, el café por las mañanas acompañado de un abrazo de tu madre o una conversación con tu padre. Estuve con la misión de enseñar mi profesión, donde pude brindarle a muchos jóvenes mexicanos mis conocimientos, cariño y enseñanzas, ¿quién no puede ser feliz con esto?.
Sin embargo, cuando te enfrentas a una pandemia tienes que poner en una balanza todo, no sólo tu trabajo y tus estudios, sino la vida en sí. Teniendo en cuenta que mis defensas no son las mejores -y que ya había tenido unas complicaciones de salud en México, donde no tuve la mejor atención en salud aún teniendo salud privada – valoré aún más la atención que había tenido en Colombia por parte de mis médicos y en marzo tomé la decisión de regresar el 7 de abril, para semana santa. ¡Allí comenzó mi travesía! Con las medidas del presidente Duque se desvanecieron las esperanzas de un regreso normal sin complicaciones y a partir de ese momento me comuniqué con la Cancillería y el consulado de Colombia en México, donde tuve que enviar reportes de mi estado de salud, de mi estatus migratorio, de mi beca buscando regresar a mi país.
Tuve rabia, dolor y tristeza porque inicialmente tuvieron en cuenta a los turistas que habían decidido viajar, aún sabiendo del Covid-19. Luego me decían que no era prioritaria por ser residente; sin embargo, un funcionario de cancillería logró pasar mi caso a estudio y pude salir beneficiada del tercer vuelo humanitario de México a Colombia. Esto se volvió una carrera contra reloj donde tuve que tener listos mis documentos, los certificados de sanidad de mis gatos, todo mezclado con una mezcla tristeza y emoción de regresar, de estar al lado de mi familia.
Cada noche me invadía el miedo y los pensamientos de pensar lo peor: ¿qué pasa si me contagio? ¿y si me muero acá? Me daba mucho miedo morir lejos de casa, sin siquiera cruzar una última mirada con mi familia. Así, le decía a mi novio que si llegaba a ocurrirme algo no le contara a mis padres hasta que ya tuviera las cenizas con él. Suena dramático, pero me estaba enfrentando a una realidad que me superaba, me enfrentaba a noticias mexicanas como: “el Covid-19 no existe”, “agresiones al personal de la salud en Ecatepec, familiares entran por sus muertos y hospitalizados”, “fiestas de inmunidad de rebaño”. El propio presidente López Obrador fomentando las reuniones en restaurantes con la familia. Supe que era una lucha en vano por quedarme.
Finalmente, me llamaron un miércoles a decirme que viajaba el domingo y las palabras de Andrés -el funcionario de cancillería- fueron un bálsamo para el alma. Tenía un vuelo de 1’220.000 pesos, que es un precio elevado considerando que viajaba desde México con un solo trayecto, para regresar y ¿adivinen quien hacía el vuelo?: Avianca.
Mi familia realizó el pago desde Bogotá, y pude comenzar a respirar tranquilamente. Abracé a mi novio, lloramos unos minutos, y empecé a empacar. Fue un viaje largo de dos horas y media en bus con maletas y gatos hasta el aeropuerto y allí debía presentar los documentos de mis gatos para poder viajar sin inconveniente. Me acompañaron en todo momento desde mi llegada, mexicanos y otros colombianos que también viajaban. En la fila de Avianca observé a muchas personas, en su mayoría estudiantes y familias, todos conservábamos la distancia, usábamos tapabocas, guantes y por supuesto alcohol gel frecuente en manos. Me cobraron de más por un gato -fueron otros 200 dólares- que debía viajar en bodega. Me despedí de Bellatrix y allí lloré un rato porque temía que le pasara algo, aunque el funcionario de Avianca me aseguró que no le pasaría nada.
Luego en la fila de la sala de espera, se sentía la emoción, tensión, ansiedad. Allí todos esperamos pacientemente a abordar por las letras en el avión, nuevamente en la fila conservando la distancia. Me despedí de Andrés, el funcionario de la Cancillería, quien espero lea esta nota y sepa que le agradezco toda su ayuda y sus palabras de aliento a través del correo y sus llamadas.
Ya sentados se despiden de nosotros los funcionarios de cancillería, alzando la bandera Colombiana, donde nos desean lo mejor y esperan que todo pase para que podamos regresar a México. Se oyen los aplausos y gritos de euforia, todos los pasajeros con elementos de protección, guantes, tapabocas y alcohol que fueron suministrados por cancillería. El piloto nos brinda unas palabras de calma y motivación, mencionándonos las 6 horas de vuelo que nos esperaban teniendo en cuenta la escala en Cancún. En el trayecto el piloto nuevamente nos comunica que se encontraba abordo una abuelita que estaba cumpliendo 94 años, todos le brindamos un aplauso y se oye cantar la canción de cumpleaños en primera clase.
Aterrizamos alrededor de las 8:40 pm, bajamos por filas nuevamente, todo muy controlado, conservando la distancia. En el aeropuerto nos ubicaron en sillas, allí la Secretaría de Salud y Migración nos tomó la temperatura, nuestros pasaportes y debimos entregar unos formularios acerca del Covid-19 y datos personales. La espera fue muy larga, estuvimos allí 3 horas. Mi ansiedad volvió, porque mi pobre gata llevaba más de 12 horas sin alimento, agua ni ir al baño. Al final, un subteniente me colaboró y me permitieron pasar en primer lugar a recoger el equipaje junto con los adultos mayores y niños. Corrí por mi gata y de la emoción ¡dejé botado mi equipaje de mano! Afortunadamente, la policía del aeropuerto me la recuperó y entregó sin novedades.
Afuera, el aeropuerto tiene taxis dispuestos para todos los viajeros, en donde al conductor se le prohíbe manipular el equipaje del viajero por seguridad, tienen una división entre el conductor y el pasajero y le indican que debe dejarme en mi domicilio y tomarme una foto y mis datos nuevamente, para poder reportar donde me quedaré.
Al llegar a casa mi familia: padres, hermana y cuñado me recibían con trajes “espaciales” de protección. No hubo contacto y tuve que seguir a mi cuarto donde me encuentro pasando la cuarentena. Tengo baño privado y me pasan los alimentos a través de una ventana. Me encuentro encerrada con mis gatos, pero con el hecho de ver a mi familia y conversar con ellos por la ventana y tomarme el tintico del otro lado de la ventana me hace muy feliz.
Siempre he llevado en alto el nombre de mi país, al igual que muchos colombianos; defiendo mi país de todo comentario inapropiado y demás, pero nunca, nunca antes anhelaba tanto el regresar. Fuera de la comida, la familia y todo lo que extrañas de tu tierra natal es regresar por tu seguridad. Exalto la labor de Cancillería, Migración, Secretaría de Salud y Aeropuerto por sus estrictos controles y protocolos. La espera fue larga pero sé que es por el bienestar de los colombianos y los próximos viajeros de los vuelos humanitarios.
Escrito por: Lina Paola Castañeda Vargas.
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Si tu también tienes una historia interesante acerca de las experiencias de los colombianos en el exterior durante esta pandemia, no dudes en escribirnos a lorenasuarezbulla@gmail.com y compartir tu historia con nosotros.