Cuando Andrea Guzmán Mesa comenzó a ver el programa Cosmos, de Carl Sagan, lo hizo porque quería practicar inglés y ver si podía entender algo de lo que el famoso astrónomo explicaba en ese idioma. Pero rápidamente su atención se volcó hacia esta persona que hablaba de las estrellas… y su interés comenzó a despertarse de a poco, influenciado también por el grupo de astronomía de su colegio y una pasión por la ciencia. Desde ese momento ella supo lo que quería hacer con su carrera, y hoy es una historia de éxito referente para todas las mujeres colombianas que quieren dedicarse al mundo de la ciencia pero lo ven distante por cualquier circunstancia.
Andrea estudió matemáticas en la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá, en lo que fue un primer paso para una carrera como astrofísica. “Sobre la época presenté el Icfes y eso me abrió las puertas a una beca, y en la universidad tenían una laboratorio de astronomía y estaban construyendo un proyecto, así que por ahí me metí”, recuerda. Después de graduarse aplicó a una beca Erasmus para hacer una maestría en Astronomía y Astrofísica y en la actualidad se encuentra a la mitad de su doctorado en la Universidad de Berna, en Suiza. Allí dedica sus días a estudiar atmósferas que están por fuera de nuestro sistema solar, en cuerpos conocidos como exoplanetas.
Y si hablar de astronomía resulta complicado para muchos nosotros, más lejana resulta la idea de estudiar algo que no podemos ver, como los exoplanetas. Andrea, con una sencillez absoluta, nos explicó que su trabajo actualmente consiste en estudiar unos planetas muy específicos, llamados subneptunos, y que resultan únicos de manera similar a cómo el planeta tierra es único en nuestra galaxia. “Son los planetas más abundantes en el universo, y como no hay nada parecido a ellos en nuestro sistema solar nos pueden dar pistas sobre su evolución: cómo se formaron, por qué son tan abundantes, cómo son sus atmósferas, etcétera”. Lo que Andrea hace, en sus palabras más sencillas es “diseñar modelos de, por ejemplo, cómo luciría un planeta que tuviera agua. Así las personas que observan por los telescopios comparan los datos que encuentran con esos modelos a ver qué encaja”.
Los días de esta bogotana, que fue destacada por su investigación en la revista Forbes, se pasan estudiando, literalmente, cosas de otros planetas. Pero además de ser una historia de ciencia que vale la pena destacar, la de Andrea es también la historia de muchos migrantes que sobrellevan procesos largos y muchas veces frustrantes para lograr sus sueños. Para su maestría aplicó a una beca Erasmus, que le permitió estudiar en varias universidades de Europa y cubría gran parte de sus gastos, pero por eso mismo es muy competida. Sin embargo, hay una ventaja: “lo bueno de las Erasmus es que tienen becas especiales para personas de países en vías de desarrollo. En todo el programa solo fuimos dos colombianas”. Recordando todas las anécdotas de su aplicación, se le vino a la mente una muy particular. “Mi primer país de llegada era Austria, pero en Colombia no hay embajada, solo hay una que sirve a varios países y está en Perú. Entonces tuve que coger mis ahorros para irme a Perú a hacer todo el proceso de la visa. Quería tanto esta oportunidad que lo hice”. Y porque pasó por tantas cosas para poder cumplir su deseo de estudiar en Europa, sabe lo difícil, y a veces frustrante que el proceso puede llegar a ser. Por eso como parte de un compromiso personal es común ver a Andrea hablando en sus redes sociales no solo de su trabajo, sino también del día a día de la academia y de cómo hacer más fáciles esas transiciones.
Ser estudiante y migrante. Quienes han salido de su casa para emprender el sueño de vivir en otro país saben lo duro que puede llegar a ser todo. Para Andrea Guzmán todo se trata de ser un poco más pragmático. “Hay que pensar que no porque estemos en el exterior la vida se detiene. Yo, por ejemplo, tengo pendiente una cirugía de la que me acaban de avisar. Me coge en el exterior, sola, en una pandemia, pero son cosas que pasan, que también hubieran podido pasar en Colombia. Uno tiene que estar seguro de que se quiere ir porque la distancia y la soledad son muy difíciles”. También entiende lo complicado que es adaptarse a un nuevo idioma, y aunque ella habla español, inglés, un poco de alemán, italiano y portugués, cree que la falta de un idioma no es razón para amilanarse. “No es que hable el cien por ciento de todos esos idiomas, pero sí tengo las habilidades necesarias para hacerme entender. Y creo que eso es algo que nos da miedo a los estudiantes pero no necesitamos hablarlo perfectamente. Es normal que uno tenga acento, es normal no tener la gramática perfecta, y al final uno se da cuenta de que otros estudiantes también pasan por lo mismo”.
Más ciencia en Colombia, para las mujeres. Además de ofrecer contenido sobre su investigación (que ha publicado en algunas de las revistas científicas más importantes de su campo) en lenguaje millennial, Andrea también usa sus redes sociales para ofrecer una visión crítica sobre el desarrollo científico en Colombia. Sabe, por ejemplo, que para muchos las oportunidades no están allí. “Un gran problema del investigador es que tiene llegar a Colombia y asumir la posición de cuatro personas al tiempo: la que busca plata, la que da clases, la que investiga y la persona que hace la burocracia. Y en Europa, en cambio, eso está muy bien definido. Nada más quisiera yo que volver a mi país con mi familia y contribuir como tal a la ciencia, pero yo soy de las que pienso que tampoco puede ser uno el mártir porque se necesita voluntad política de las instituciones, del ministerio de Educación, del ministerio de Ciencia y hasta de las mismas industrias para que yo pueda llegar y también trabajar porque al final yo vivo de lo que hago, haciendo ciencia”, responde con contundencia.
Y si el campo de las ciencias es limitado en Colombia, ese límite se hace más cerrado cuando hablamos del acceso a las mujeres. Estando en su oficina en Suiza comenzó a preguntarse por qué siempre los astrónomos destacados en los medios nacionales, invitados en museos y planetarios eran hombres, y ella no conocía más allá de unas cuantas colegas suyas. “Yo soy de las personas que cree que uno no se convierte en lo que no ve, todo el mundo necesita ver a alguien que se parezca a uno para saber que sí puede llegar hasta allá”. Así, como una red entre colegas fundó una red que agrupa a mujeres que se han formado o se están formando en astronomía, astrofísica o campos afines, de la mano de también astrofísicas colombianas Lauren Flor Torres y Valentina Abril Melgarejo. “Le llamamos Chía, como la diosa de la Luna en lengua indígena, y ha sido una comunidad de apoyo entre nosotras, que como científicas pasamos por cosas similares, somos discriminadas por ser mujeres, por ser minoría. Intentamos compartir oportunidades, y también nos han llegado muchas mujeres que quieren ser astrónomas”. A la fecha la lista cuenta con más de 80 profesionales, y sigue creciendo.
Desde la investigación hasta el lenguaje, hay mujeres logrando grandes cosas en el campo de la ciencia, y son nuestras compatriotas. Ellas, desde su respectiva esquina del mundo, nos hacen sentir orgullosos de sus logros, pero también nos ayudan a guardar la esperanza de ser, algún día, potencia por nosotros mismos y usando nuestros talentos al máximo de sus potenciales.